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Hoy mi arte se pone agresor, no agresor agresor, sino que agresor piola. Este día no ha sido muy bueno, en realidad esta semana no ha sido muy buena, ni la pasada, ni la ante pasada, ¿a quién engaño?, ninguna semana ha sido buena, y quizá es por eso que mi mente como otros cuantos días ya relatados, está siendo atacada constantemente por ruidos molestos y silencios inesperados y no por flores nocturnas, las flores nocturnas deliradas. La acuarela de luz se está extinguiendo, precisamente en los días donde todo debiera ser mejor, templado. Mi pájaro del alma está opaco, callado, su voz ya no es la misma, su aliento está oscureciéndose, al igual que su antes incomparable deslumbrar espléndido. Al mismo tiempo y sin el afán fastidioso, persistente y confuso, me referiré a algo propio como si fuera otra entidad, otra esencia que no me pertenece, que ya no reconozco como antes. Me gustaría describir mi corazón, corazón ahogado, corazón ahogado con llanto, corazón ahogado con llanto y gris, y gris y plomo, y plomo y negro, y negro bien negro, corazón azul marino y púrpura *. Mi corazón está podrido, está total y plenamente descompuesto, infectado, aturdido, ya nada le sorprende, porque el más mínimo esfuerzo que este sujeto logra realizar larga uno de los millones de pretextos, estúpidos algunos, otros pocos con sentido, para llorar, y si no bastara llorar, para llorar a mares inmensos, horriblemente inmensos. Pretextos difusos, hasta las melodías influyen, el entorno, las miradas, hasta los días nublados, el estar sola, no en soledad, pero estar sola, todo, todo es asunto provocativo, ejemplo importante, relación establecida, todo es pretexto perfecto.