Dec 21, 2006

Lo nuestro fue, mi amor, también muy insólito, y muy extraño, ya lo sabes, pero no tuvimos playa, tampoco río. Nosotros, si acaso, hemos tenido una montaña, también de noche, y también de invierno, de invierno cabrón y crudo como este que no sé si se ha ido todavía, y al fondo y abajo, la ciudad, y sus luces, empañadas por el vaho del cristal, aunque tampoco las miramos mucho, todo hay que decirlo, ocupados como estábamos los dos en encenderle primero, y apagarle después, el calor el uno a la piel del otro. Mi sensación, no obstante, realidad o ficción, montaña o playa, sigue siendo igual de mágica. Como mágico fue, o casi, que en ese mismo lugar, donde tanto nos amamos, estuviéramos a punto de decirnos adiós; nuestros caminos, entre las lágrimas, de ambos, separarse definitivamente. Quién sabe si eso ha de volver a suceder, si seguiremos juntos de aquí a un mes, o a un año, o a varios, si seguiremos queriéndonos así hasta que, sea cual sea, el fin llegue y todo lo rompa, o tal vez se enfríen nuestras pieles, se entibien definitivamente, y, con el tiempo, acabemos echando pestes el uno del otro, ácidos e irrecuperables para la pasión. Parece difícil ahora, ¿no crees?, incluso duro por mi parte sacarlo a relucir en este momento, que todo parece ir tan bien –o casi-, y algo así, tan terrible, se nos antoja lejano e improbable... Pero todo principio incluye, tarde o temprano, un final, va en el paquete, y dicen que el amor se acaba, que no es para siempre, dicen incluso que dura tan poco como cuatro años… Recuerdo que me soltaste un discurso así al conocernos. ¿Qué pretendías? ¿Asustarme? ¿Probarme?... Con el tiempo comprobarías, bastante a tu pesar, que a cínico ni me ganas tú, desde luego, ni me ganan muchos más, pero no me rendí entonces, como tampoco quiero hacerlo ahora, y no sólo porque ahora mismo te sienta el amor de mi vida, sino también porque, por muy escéptico y desengañado que pueda llegar a ser, para mí, todo este principio vale la pena, sea cual haya de ser su final. Yo jamás cometería el error, la estupidez bárbara, de borrarte de mi memoria, jamás me arrepentiría de uno solo de los segundos de mi vida compartidos contigo, aun cuando las cosas entre nosotros terminasen, aun cuando ya el uno por el otro no sintiese otra cosa que desdén, o desprecio, o quién sabe sino, talvez, incluso odio. Pienso que de querer, tampoco podría hacerlo, ni podrían hacerlo, otros cualesquiera, borrarte así, de un plumazo, de mí mente y de mí corazón. Sólo yo soy dueño de lo que fueron nuestra primeras veces; por primera vez verte, verte a ti, y verte sonreír, o hacer muecas, o poner cara de duda, o simplemente llorar cuando pensábamos que tras aquellas lágrimas nos diríamos adiós; también por primera vez escucharte, hablar, susurrar, decirme “te quiero”, y acto seguido, tras las palabras, llorar yo, como una niña, feliz y divina, porque al fin escuchaba algo que había soñado caer de tus labios tantas y tantas noches de insomnio; por primera vez tomar tu mano, o mesar tu pelo, estrecharte entre mis brazos, y sentir que nada me podía llenar tanto como vaciarme en ti, y que tú hicieras y sintieras lo mismo. Sólo yo sé, también, lo mucho que me ha costado llegar hasta aquí, que fue también un llegar hasta ti, total, al fin librado de dudas y miedos, sincera después de tanta lucha; lo mucho que me ha dolido estar ahí, y tú no estabas más que en la distancia, y de amor terrible y homicida valentía, para mantenerme a tu lado. Yo te dije una vez, cuando todo estaba naciendo, y era fantástico y maravilloso, y ni una sombra de dolor había en nuestro horizonte, que no me olvidaras. Yo no te voy a poder olvidar jamás, no podría aunque quisiera, porque te voy a querer toda mi vida. No es fácil querer así, lo sé, lo sabemos, e imposible borrar todas las huellas que un amor así te deja. Nada ni nadie conseguirá arrebatarme ninguno de los momentos maravillosos que me ha traído conocerte, sentir cómo tu capacidad de ilusión y de felicidad por las cosas más pequeñas rellena de luz los vacíos de mí melancolía. Pero soy valiente, lo sabes, probablemente más que tú, quizá rayano en lo suicida, y nunca me voy a conformar más que con el todo, y si no, será la nada... la vida es demasiado corta y valiosa como para gastarla en medias tintas, ¿no te parece?

3 comments:

Unknown said...

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Unknown said...

Adivina qué me regalaron a mi =)
tibio tibio
caliente caliente...
de ahí te cuento.

¿nos leemos mas rato?

Un abrazo buenamuchacha =)

Unknown said...

No sé escribir a un amigo si no dispongo de cierto clima interior- determinado muchas veces por elementos exteriores: paz, ciertas músicas, ciertos aromas- que me dicta las justas palabras que un amigo debe recibir de mi. (...)

Desde hace muchos, he pensado que una carta no es el mensaje intrascendente que se redacta presurosamente y sin otra finalidad que la información efímera y circustancial; por el contrario, una carta ha sido para mi un rito, una consagración tan atenta como la labor esencialmente creadora; sin la tensión, es cierto, que supone el poema; sin su desgarramiento, sus impaciencias, sus placeres indescriptibles ante el hallazgo o la esperanza de logro poético. Pero siempre una ceremonia un poco- ¿como decirlo?-, un poco sagrada; un acto con contenido trascendente. Comprendo muy bien que muchos hombres hayan dejando mejores cartas que libros; es que, quizá sin advertirlo, ponían lo mejor de sí en esos mensajes a amigos o amantes. Yo he escrito muchas cartas y, fuera de las estrictamente circunstanciales (que no sé pueden evitar muchas veces), he dejado en cada una de ellas mucho mas de mí, mucho de lo mejor o peor que hay en mi mente y en mi sensibilidad, y lo curioso es que bien sé el desitino de esas cartas; el afecto de quienes las reciben les guardará acaso un cajón, las páginas de un libro... Pero todo ello es momentáneo, una correspondencia asi, dispersa y sin fines literarios esta condenada a la extinción absoluta, fatal (..)

Si me consagro tan enteramente a ellas- bien sé que las sé perdidas para el futuro - ¿será porque al escribirlas espontáneamente sin preparación ni borradores de ninguna especie, las convierto en las más auténticas expresiones de mi ser?. Odio las cartas "literarias", cuidadosamente preparadas, copiadas y vueltas copiar;, yo me siento a la máquina y dejo correr el vasto río de los pensamientos y los afectos. Quiza por eso, porque reconozco el valor humano de cartas así, es que le doy una importancia grande en mi recuerdo. No las releo, naturalmente, ni las releere nunca; uno no va a buscar a un amigo o a una querida para decirle: "Trae mis cartas, que quiero leerlas". (...)


Entre una carta y su autor se produce una separación total; es como enviarla a la luna, ol siglo V antes de Jesucristo, ¿verdad? Pero uno sabe cuando las ha escrito, como las escribo yo, que una parte del propio ser ha sido entregada con cada página, con cada línea.